Una sonrisa puede generar en los demás las ganas de sonreír y lo mismo ocurre con un ceño fruncido. El instinto de imitación facial permite a los humanos empatizar. Dos psicólogas sociales estadounidenses han investigado cómo se procesa esta acción en el cerebro. Según ellas, comprenderlo podría mejorar el tratamiento de trastornos relacionados con el reconocimiento de emociones, como los del espectro autista.
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